En una conversación, medio filosófica, con una buena amiga sobre la vida y las cosas importantes, me pregunta sobre alguno de mis deseos sin realizar. Entre varios que me vienen a la mente, le cuento ese de estar con tres mujeres en la cama (al mismo tiempo, se entiende). Ante la cara de estupor que me pone, le reconozco, para animarla, que ella es una de las tres (lo que es absolutamente cierto). Sin embargo, la cara no pierde la mueca de sorpresa.
Anécdotas a parte, esta conversación me lleva a meditar sobre lo poco que, en general, expresamos nuestros deseos. Más allá de hacer la lista de la compra, la carta a los Reyes y decir qué peli ver en el fin de semana, no solemos manifestar nuestros anhelos. No se trata de proponerle a cualquiera que se monte un cuarteto con uno, sino más bien consiste en ser asertivo. La clave es expresar a los demás lo que queremos, sentimos o pensamos, siempre desde el respeto y la empatía, evitando el miedo, el pudor, la verguenza o la agresividad.
Siempre he pensado que expresar los sentimientos (dentro de una lógica) no tiene porqué ser objeto de mofa o escarnio. Más bien al contrario, merece un aplauso en los tiempos que corren, en los que la gente, de tanto ahorrar, ahorra hasta en las palabras (y no es por la crisis sino más bien por miedo a quedar a la intemperie emocional y sufrir los embates de cualquier animal de dos patas).
Yo seguiré intentando sacar lo que tengo dentro a base de palabras, porque no podría soportar tener algo bueno que contar a alguien y no decírselo. Respecto a mi deseo de más arriba, creo que cada día está más cerca: ya sólo me faltan dos.