sábado, 28 de febrero de 2009

Cambiar para que todo sea diferente


Tarde, siempre llego tarde. Bueno siempre no, a veces llego muy tarde. Es un extrañísimo defecto para alguien tan cuadriculado como un servidor de usted y de su señora (especialmente de ella, claro).
Llegué tarde a la movida, a la reforma de la EGB (gracias a los dioses), al sexo loco de los 80, al plan Bolonia, a un mundo sin crisis globalizadas, etc. Hasta nací 15 horas después de avisar que venía.
Bueno, por primera vez llego a tiempo a algo: la innovación. Aunque a primera vista el tema es más viejo que el Nodo, ahora es cuando en Canarias se empieza a trabajar y formar es este campo (antes también, pero con el negocio de la construcción a pleno rendimiento, era como hacer fuego con dos yescas sobre madera mojada).
Lo digo porque participo en el proyecto de gestores de innovación que intenta que dejemos de hacer las mismas cosas de la misma manera. El objetivo está claro: erradicar eso de “que inventen otros” una frase recurrente desde hace siglos para referirse a nuestra escasa capacidad para hacer cosas que puedan venderse. Así que ahora nos toca inventar a nosotros.

viernes, 27 de febrero de 2009

Amén



Leo por algún lado que se ha armado cierto revuelo con una campaña de una asociación de ateos. Aunque soy un tipo de mente abierta (y cabeza grande, aunque no sé si tiene que ver) no veo dónde está el problema.
Siempre he estado a favor de la libertad de elección en esto de la fe. De hecho, formo parte del 0,5% de las criaturas humanas que no cree en Dios y no pasa nada (por lo menos a mí). Supongo que lo importante es que cada uno se sienta a gusto con aquello que profesa.
Sin embargo, no quería dejar de aprovechar estos minutos en los que tengo agarrado el micrófono para dejar claro que, una cosa es adoctrinar en la fe a los que creen y otra es que los que no creemos tengamos que pasar por ese aro. Bastante tenemos con soportar indirectamente a aquellos moralmente trabados con la culpa o con eso de que “esto es un valle de lágrimas” como para encima tener que vivirlo en primera persona. De eso nada, su Santidad.
Pensando en esto estaba en un bautizo al que acudí. El sacerdote me dejó sorprendido con su plática optimista, reconfortante, exenta de culpas y de reproches, que nos invitaba a seguir la vida con alegría.
Una señora extrañada y aliviada como yo de tanto buen rollo, se acercó y me expresó su gozo por el estilo del cura al no haber soltado éste la reprimenda habitual desde el púlpito, sino todo lo contrario. Sí, -le contesté entre entusiasmado y socarrón- si no fuera por el alzacuello, nadie diría que es cura.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Cuenta atrás


Uno tiene la sensación de que en la vida va a tener tiempo de hacer todo. Por eso, deja para mañana las cosas importantes que no se hacen solas (lo cual es una redundancia porque si se hicieran solas no serían importantes).
Sin embargo, he descubierto que igual no somos inmortales y, si quiera, tenemos todo el tiempo del mundo (me percaté cuando, leyendo el periódico, me di cuenta de que entre los deportes y los anuncios por palabras había una sección llamada obituario llena de esquelas).

Semejante descubrimiento me dejó con un sudor frío por la espalda ya que significada que, si dejábamos lo importante para mañana y quizás no había un mañana, nunca haríamos lo importante.

Ahora he cambiado de actitud: lo importante no lo dejo para mañana, ni siquiera para hoy, sino que lo hice ayer. Así, tengo, al menos, un día para disfrutarlo.

martes, 24 de febrero de 2009

Confusión sexual


Acabo de pasar unos días en la isla de La Palma y, aunque reconozco que ha sido una experiencia gozosa, vengo con algo de amargura, ya que regreso lo mismo que fui, sexualmente hablando. No es que haya disminuido mi líbido, sino que, fiel a mi costumbre de “donde fueres, haz lo que vieres”, he seguido una total abstinencia.

La cosa es que, en casi todos los lugares a los que acudía, encontraba un cartelito que ponía “Se prohíbe echar polvos”. Esta costumbre de moral tan elevada que, al principio, me pareció curiosa, tras dos días en dique seco, la encontré de una mojigatería y una cerrazón total.

Cabreado iba en el barco de vuelta, cuando le contaba la razón de mi enfado a un señor oriundo de la isla en la que uno no puede desahogarse. Escuchándome, a este buen hombre le entró un ataque de risa como nunca había visto.

Resulta que en las fiestas de carnaval, llamadas Los Indianos, es costumbre que la gente se tire polvos de talco los unos a los otros, en una suerte de extraña guerra. De ahí la prohibición que encontré por doquier, de echar polvos en lugares concurridos para evitar altercados públicos.

Lo tengo claro. A partir de ahora, no acataré este tipo de prohibiciones odiosas, reales o ficticias. Si me entran ganas y tengo con quien hacer prácticas de tiro, aprovecharé, así me encuentre en el baño del museo del Vaticano.

lunes, 23 de febrero de 2009

Pescado soso


En una reunión con amigos y conocidos de mi generación nos ponemos a criticar a los ausentes (deporte nacional donde los haya). Inevitablemente sale el asunto de la desastrosa situación sentimental en que viven la mayoría de ellos y ellas.
Algunos intentan explicarlo por la educación recibida, otros por lo estricto de nuestros padres, más allá dicen que fue porque no tuvimos nada por lo que luchar e incluso porque veíamos los dibujos de Heidi (una niña de una familia desestructurada, con una extraña relación paterno-filial con su abuelo, por no hablar de la amiguita en silla de ruedas). Chorradas, pienso.
Creo que después de que pasáramos una niñez con el cinturón apretado, nuestros padres nos dieron de todo (excepto clases de sexualidad y de comunicación interpersonal). Y como todo era tan relindo y fácil, pensamos que siempre sería así: no tendríamos que decir lo que queríamos (si es que lo sabíamos) ni lo que deseábamos del otro, ni comunicarnos, ni buscar afinidades ni estabilidad, ni nada que requiriera lucha o esfuerzo.
Para eso estaba la telepatía y la capacidad del otro/a de leernos la mente. Y si no podía, no importaba: se buscaba un recambio y listo. ¿Para qué molestarse en reparar nada en esta sociedad de consumo rápido y a buen precio?
Alguien me lo explicó muy metafóricamente: el mar es muy grande y está lleno de peces. Cierto, pensé, pero con esa actitud de besugo tristre lo único que pescarás serán tiburones o merluzos.

martes, 17 de febrero de 2009

No reanimar


Leyendo el libro de Punset, El viaje al amor, el autor me sorprende diciendo que hay momentos en la vida de las personas en que el pulso se acelera, sube la presión sanguínea del individuo, éste se vuelve olvidadizo, obsesionado, vulnerable, inseguro, celoso, pasa de la euforia a la desesperanza de manera constante, ve alterados los sentidos, se le nubla el buen juicio y la racionalidad y pierde la perspectiva de la realidad.
Tan tremenda dolencia se llama amor.
Si alguno de los lectores ve a una persona con estos síntomas, que no haga nada por curarla.

domingo, 8 de febrero de 2009

Viaje con nosotros: India, Nepal, Bután (13)


Numerosos conocidos y amigos me reclaman las fotos del viaje del verano (India, Nepal y Bután). Después de hacerme el sueco varios meses (me teñí de rubio, me puse alzas y me hacía llamar Gustav Larsson), no me ha quedado más remedio que colgar algunas de las fotos para que puedan ser apreciadas (y criticadas).
Seguramente no se podrá apreciar la belleza de los lugares visitados pero creo que queda reflejada su autenticidad. Ya se sabe, una imagen vale más que mil palabras, aunque sea un servidor el que cuente la historia.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Mi querido perro


Estoy empezando un nuevo libro (a leerlo, se entiende). Se llama El viaje al amor y es de uno de los divulgadores científicos más importantes que conozco, Eduardo Punset.
El libro es muy interesante (ya hablaré de él) y como me parecía tan bueno se lo recomendé a un conocido al que me encontré por la calle.
La reacción me dejó con la boca abierta (aunque incapaz de decir palabra) puesto que este individuo empezó a reírse y a criticar que perdiera el tiempo con semejantes chorradas escritas por un loco. "Seguro que hasta lo veías por la tele" -refiriéndose al programa Redes. Y así se fue, con la sonrisa de oreja a oreja.
Yo me quedé plantado como un cactus aunque sin sonreír. Es la reacción que me produce la gente que no sería capaz de distinguir su cabeza de su culo (probablemente por el similar contenido de ambas partes de su cuerpo y no me refiero a las neuronas).
Hay días que pienso que cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro. Lo que más me angustia de todo es que, ni siquiera, tengo perro.