lunes, 23 de febrero de 2009

Pescado soso


En una reunión con amigos y conocidos de mi generación nos ponemos a criticar a los ausentes (deporte nacional donde los haya). Inevitablemente sale el asunto de la desastrosa situación sentimental en que viven la mayoría de ellos y ellas.
Algunos intentan explicarlo por la educación recibida, otros por lo estricto de nuestros padres, más allá dicen que fue porque no tuvimos nada por lo que luchar e incluso porque veíamos los dibujos de Heidi (una niña de una familia desestructurada, con una extraña relación paterno-filial con su abuelo, por no hablar de la amiguita en silla de ruedas). Chorradas, pienso.
Creo que después de que pasáramos una niñez con el cinturón apretado, nuestros padres nos dieron de todo (excepto clases de sexualidad y de comunicación interpersonal). Y como todo era tan relindo y fácil, pensamos que siempre sería así: no tendríamos que decir lo que queríamos (si es que lo sabíamos) ni lo que deseábamos del otro, ni comunicarnos, ni buscar afinidades ni estabilidad, ni nada que requiriera lucha o esfuerzo.
Para eso estaba la telepatía y la capacidad del otro/a de leernos la mente. Y si no podía, no importaba: se buscaba un recambio y listo. ¿Para qué molestarse en reparar nada en esta sociedad de consumo rápido y a buen precio?
Alguien me lo explicó muy metafóricamente: el mar es muy grande y está lleno de peces. Cierto, pensé, pero con esa actitud de besugo tristre lo único que pescarás serán tiburones o merluzos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Interesante pensamiento acerca de los cada vez más frecuentes fracasos matrimoniales...yo añadiría como causas en nuestra generación: la individualidad, el ocio como forma de vida y la sordera espiritual, o dicho de otro modo, la incapacidad de los individuos para mirarse hacia dentro y saber qué es lo que quieren, su lugar en esta vida, y sobre todo, quien es el otro con el que están compartiendo su vida...

Ana García dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario de Pilar, en un mundo en el que lo externo tiene tanta importancia, se nos olvida mirar a nuestro interior y reconocer lo que queremos. Si no sabemos lo que queremos dificilmente sabremos si coincide con lo que quiere el de al lado. Probablemente por eso se nos pone cara de trucha desgraciada.

magister dijo...

Estoy, en general, de acuerdo con sus comentarios.
Sin embargo, discrepo sobre lo de la individualidad. Un servidor es muy individualista porque creo que si no me quiero a mi, ¿como voy a pedir a los otros que me quieran?. Además, eso de poner a los otros delante, sólo se da en casos de demencia emocional transitoria (amor) o en casos como la Madre Teresa. En los demás, genera a largo plazo un cierto rencor. No se trata de ser individualista, sino de reconocerlo, dejárselo claro al otro y convencerle de las ventajas: cuanto mejor esté yo, mejor estaremos los dos.
A Azulturquesa le comento que no creo que las dos partes deban coincidir al 100%, sino que deben coincidir en las bases (de verdad, no eso de "como nos gusta viajar yo voy a Bostón y tu a California")y el resto negociarlo con mucho diálogo.
Me gustaría profundizar en las soluciones en alguna próxima entrada.