martes, 27 de abril de 2010

Intolerancia justa


Una amiga a la que aprecio (la misma que busca un hombre normal) me habla del eneagrama. Por un momento lo confundo con un enema y se me ponen los vellos como un cactus solo de pensar en ofender a mis nalgas.
Pero no, resulta que el eneagrama es otra cosa. Es un medio para conocer la personalidad de los individuos y mejorar su interrelacion con otros individuos. Mi amiga le añade otro punto ventajoso: ayuda a ser más tolerante con los demás.
Por ahí no paso, de eso nada. No me considero el tipo mejor del mundo cuando me dicen que es casi imposible hacerme enfadar, que soy buena persona y tralaritralará. Más bien, me considero un poco tonto, como si servir de felpudo a las inmundicias ajenas tuviera algún merito. Pues no lo tiene y encima deja un cierto pozo de amargura porque a veces tolero a gente, cosas que no les toleraría ni su señora madre mientras que a mi no me toleran que esté tranquilito en mi trocito de mundo sin molestar a nadie.
Probablemente profundice en lo del eneagrama, pero no en busca de tolerancia sino más bien para poder ver venir a los intolerantes y hacerles un corte de manga mientras se acercan. Frente a la intolerancia, mejor poner un puño antes que la otra mejilla.

lunes, 19 de abril de 2010

Discúlpeme la sonrisa


Iba yo con mi buen rollo por la vida, sin molestar a nadie, cuando una amiga que me tiene en alta estima me dice que está preocupada por mi.
No lo pillo, porque de entre todas las criaturas que pululan alrededor, seguro que hay muchas que necesitan más consuelo y cariño que este servidor. Aún así, me intereso por lo que tiene que decirme.
Resulta que me recomienda que no vaya por ahí contento ni feliz, ni que esté indisimuladamente de buen humor. La razón que me da para explicar esto me deja frío. Y es que resulta que la envidia recomienda que modere mi expresión de bienestar.
Me explica que, según su experiencia, hay mucha gente que, no sólo está jodida por sí misma sino que además, ve empeorar su estado malestar emocional a causa de la felicidad ajena. Por ello, intentan, en un esfuerzo porque todos estemos igual de mal, fastidiar a los que están bien, es una especie de búsqueda del equilibrio infernal.
El consejo lo aprecio, claro, pero creo que no lo voy a seguir. No porque no valore el riesgo de llevar la contraria a los que están desesperadamente infelices. Al contrario, lo valoro y mucho, pero si no expresara cuando me siento bien, al final, acabaría sintiéndome mal y no habría diferencia alguna entre ellos y yo. Y eso es algo que no voy a permitir por muchas susceptibilidades que pueda herir.

martes, 6 de abril de 2010

Un hombre normal

 
En una comida a la que asistí hace algún tiempo, en un grupo de amigas, apareció e la típica conversación sobre las parejas. Aunque el tema es más viejo que el NODO, cada una lo tomó con una ilusión que parecía que era la primera vez que se trataba.
A pesar de mi escasa capacidad de observación humana (soy hombre y torpe, aunque suene repetido, lo segundo es agravante), en la conversación se podían distinguir los diferentes puntos de vista sobre las parejas actuales y futuribles. Unas callan (es mejor no decir que mentir), otras cuentan sus cuitas más o menos habituales de la convivencia y otras se quejan de que, en estos tiempos, no hay hombres normales con los que unir sus vidas.
Puede que tengan razón: entre los que salieron del armario, los que no están en el mercado y los que están evidentemente tarados, la oferta no es muy amplia, que digamos. Sin embargo, lejos de amedrentarse, una de las intervinientes me define lo que ella considera el tipo de hombre que busca: un hombre normal. Sería un tío moderadamente extrovertido, buena persona, que cumpla sus compromisos, serio pero no aburrido, con sentido del humor inteligente, con una amplia cultura que le permita hablar de todo, estable porque eso de estar un día arriba y otro abajo marea mucho, con una mentalidad abierta, algo espiritual, trabajado psicológicamente, etc, etc, etc, etc.
A partir de ese momento y durante los siguiente dos minutos de descripción que siguieron, mi cerebro desconectó. No porque yo, que me consideraba un tipo normal me convertía en un despojo humano según mi amiga, sino porque eso tan normal era, en realidad, absolutamente excepcional. Antes de despedirnos, le deseé toda la suerte del mundo en su búsqueda de su hombre "normal" y le rogué encarecidamente que me llamara cuando lo encontrara. Igual podríamos sacar un dinero, exponiéndolo en algún circo o en una feria de esas que van por los pueblos.
Si alguien tiene dudas del rumbo de su empresa, diré que aún sigo esperando su llamada.