lunes, 30 de noviembre de 2009

Cornudo y apaleado


El estupor me nubla la mente cuando leo que en Estados Unidos han quebrado más de 500 bancos en los últimos tiempos. Pero el estupor no es por eso claro, sino porque el gobierno americano ha invertido una cantidad enorme de dinero (tan grande que, traducido a pesetas, ocuparía la mitad de esta entrada) en intentar salvar a estas empresas privadas.
Así de pronto no me parece ni bien ni mal: es su dinero, bueno, el de los contribuyentes de aquel país. Lo que me calienta es que ese salvamento se realiza sólo para aquellas empresas privadas que han contribuido a la crisis con sus productos financieros basura, sus riesgos incontrolados y sus sobresueldos en forma de stock options. Las empresas y autónomos que se han dedicado estos últimos años a hacer cosas reales y a crear puestos de trabajo y que, ahora, tienen problemas y quiebran, no reciben ni un dolar.
Hace 20 años, cuando cayó el muro de Berlín, los banqueros americanos proclamaron el fin del Estado y la hegemonía del mercado. Pasó el tiempo y resulta que los Gobiernos y no la mano invisible del mercado han tenido que intentar salvar los muebles. ¡Qué bien! ¡Viva el Estado!
Sin embargo, sigo sin entender nada de todo esto. Buscando una metáfora, sería como si un matón te diera una patada en los cataplines y tuvieras que pagarle el traumatólogo porque se hizo daño en el pie.

viernes, 27 de noviembre de 2009

A sus órdenes


Leo sin ninguna sorpresa que el enfado es la emoción que predomina entre los empleados de empresas de todo el mundo (seguramente en España el resultado es similar).
No me parece raro porque lo que se busca en la organización es fomentar el interés y el compromiso y no la satisfacción con el trabajo o la felicidad según David R. Caruso, psicólogo de directivos. Y claro, los jefes son la correa de transmisión de toda esta manera de funcionar.
No es que lo hagan a propósito (la mayoría no) pero en este corre-corre en el que se ha convertido la vida en la empresa siempre con el objetivo último de que el que está arriba no termine mordiéndote la cabeza, se confunde la acción con el resultado. El fin último, el cliente, no importa tanto como los procedimientos, procesos, burocracia, ahorro de costes, eficiencias, etc, como si al comprador final le fuera a importar algo todo eso.
Debería ser obligatoria la formación en sentido común y en inteligencia emocional para directivos, al menos para intentar forrar el látigo con algo de goma-espuma.

martes, 10 de noviembre de 2009

Corrupción social


Hace algún tiempo que me resisto a leer los periódicos, ver los telediarios o escuchar las noticias en la radio. Por doquier salen trapiches, corrupciones, pelotazos y basuras varias que me repelen.
Parece que la mamanza (término popular aún no recogido en el diccionario de la RAE, que hace referencia al robo a gran escala con descaro absoluto) es generalizada y no escapa ninguna tendencia política ni grupo social.
Esto, lejos de consolarme, me deja apesadumbrado puesto que, aunque yo pensaba que éramos un país moderno al nivel de Francia o Alemania, me encuentro con que estamos al nivel de choriceo de Tailandia o Mozambique. Por lo que se ve, la modernidad no tiene que ver con el número de móviles 3G o de conexiones wifi por habitante sino con las actitudes de los miembros de la sociedad.
Antes el que trapicheaba era el rey del barrio y ahora el que roba sale por la tele en prime time. Pues yo creo que a esos, en vez de reírles las gracias y asombrarnos por su desfachatez, deberíamos señalarlos por la calle, expulsarlos de nuestros clubes sociales y no darles ni los buenos días. Es lo que yo haría con alguien que me roba la cartera y encima se ríe en mi cara.

viernes, 6 de noviembre de 2009

No puedes perder tu curiosidad


Eso fue la dedicatoria que escribió Eduardo Punset en mi libro El viaje al amor (dos de las actividades que más me gustan, y si las hago al tiempo, mejor) tras la conferencia que dio en CajaCanarias. No sé como hay quien dice que hacer cola para que tu autor preferido te firme un libro ya no se lleva. A mi me dio un subidón equivalente a beberme un litro de jalea real con propóleo.
Punset, como divulgador científico impresiona y después del ratito que estuvo allí salí más convencido que nunca que somos lo que queremos ser. Nos aclaró que, antes que nada, somos el resultado de un conjunto de interacciones biológicas, neurológicas y psicológicas que condicionan pero no determinan nuestra existencia. Pero eso no es inamovible, porque, aunque la brújula señale siempre al norte, nosotros tenemos la posibilidad de dirigirnos hacia donde deseemos si contamos con la voluntad necesaria.
Lo que nos sucede no es el resultado de la suerte o del destino (se acabaron las excusas) sino el efecto de nuestras decisiones conscientes e inconscientes, maceradas en lo que nos define como seres humanos maravillosamente únicos e irrepetibles (afortunadamente en algunos casos): nuestro cerebro.
Así que si tu vida no es como quisieras, no lo achaques a los hados o a la fatalidad, ni busques respuesta en el horóscopo o en el tarot, ni tampoco descargues contra algún chivo expiatorio que se deje. Si quieres encontrar (si te atreves, más bien) un responsable de lo que te sucede, simplemente ponte delante del espejo.