martes, 24 de febrero de 2009

Confusión sexual


Acabo de pasar unos días en la isla de La Palma y, aunque reconozco que ha sido una experiencia gozosa, vengo con algo de amargura, ya que regreso lo mismo que fui, sexualmente hablando. No es que haya disminuido mi líbido, sino que, fiel a mi costumbre de “donde fueres, haz lo que vieres”, he seguido una total abstinencia.

La cosa es que, en casi todos los lugares a los que acudía, encontraba un cartelito que ponía “Se prohíbe echar polvos”. Esta costumbre de moral tan elevada que, al principio, me pareció curiosa, tras dos días en dique seco, la encontré de una mojigatería y una cerrazón total.

Cabreado iba en el barco de vuelta, cuando le contaba la razón de mi enfado a un señor oriundo de la isla en la que uno no puede desahogarse. Escuchándome, a este buen hombre le entró un ataque de risa como nunca había visto.

Resulta que en las fiestas de carnaval, llamadas Los Indianos, es costumbre que la gente se tire polvos de talco los unos a los otros, en una suerte de extraña guerra. De ahí la prohibición que encontré por doquier, de echar polvos en lugares concurridos para evitar altercados públicos.

Lo tengo claro. A partir de ahora, no acataré este tipo de prohibiciones odiosas, reales o ficticias. Si me entran ganas y tengo con quien hacer prácticas de tiro, aprovecharé, así me encuentre en el baño del museo del Vaticano.

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