viernes, 8 de mayo de 2009

Te quiero, te jodo


Volviendo a casa, tres sucesos me dejan pensativo.
Cruzando el paso de peatones, una anciana abronca a quien parece ser su nieta porque no le agarra del brazo para cruzar. Más allá, veo como un conductor que se salta un semáforo en rojo y casi choca, reprocha a su copiloto el no haberle avisado. Por último, me encuentro a una pareja de amigos discutiendo porque parece que él no entiende los problemas de ella en el trabajo.
Digo que me quedo pensativo porque, en los tres casos, estas personas estaban recibiendo una descarga de energía negativa de alguien cercano sin comérselo ni bebérselo. Supongo que estas criaturas se sentirán injustamente tratadas por alguien al que simplemente tratan de ayudar, acompañar o escuchar.
Creo que si quieren culpar a alguien, deberían hacerlo con su vejez, su imprudencia o su jefe pero, claro, es más fácil (y no requiere ni un fisco de valentía) darle leña a quien tienen al lado y no puede, quiere o sabe defenderse. Es una tendencia natural, casi inconsciente, de aporrear al que tenemos más cerca antes de buscar el origen del problema.
Intento, no siempre con éxito, parar este tipo de situaciones. Para ello, en estos casos, y antes de que comience la lluvia de piedras, le recomiendo a quien intenta descargar conmigo, que si quiere pagar la rabia con alguien, que lo haga con quien se la debe.

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