domingo, 28 de diciembre de 2008

Adivina, adivinanza


En una conversación trivial, una participante nos dice que nunca afronta nada en su vida si no tiene claro cómo va a acabar el asunto. Aunque el murmullo de aprobación es generalizado entre los presentes, a mí hay algo que no me cuadra. Por eso, le pregunto por la marca de su bola de cristal.
Como me mira sin entenderme, le aclaro que conocer el futuro es filosóficamente imposible (no se puede saber sobre lo que aún no ha ocurrido). Puede que la intuición, nuestra experiencia (M. Gladwell afirma que es lo mismo aunque no nos demos cuenta) o la lógica de las cosas nos hacen pensar como terminará siendo la realidad en un cierto tiempo, pero todo puede cambiar.
El griterío de desaprobación es ensordecedor, especialmente por parte de la participante contrariada. Para hacerme entender le pregunto que qué le ocurrió cuando se enamoró de aquel cretino con el que casi acaba a palos o cuando comenzó el trabajo que dejó al poco porque no le hacía feliz o cuando se le quemó la cocina o cuando salió con el coche un día de lluvia y se comió una farola. ¿ Es que la bola de cristal se había quedado sin pilas?
Ante el rictus amargo de su cara por el descubrimiento, intento animarla. En realidad lo divertido de la vida es no conocer el futuro. De esa manera vivimos el presente con intensidad. Si no, sería como cuando tenemos un deseo enorme de ver una película interesantísima y alguien nos cuenta el final.

No hay comentarios: