jueves, 2 de abril de 2009

Opio


La religión no ha sido nunca el centro de mi vida (ni el centro ni la periferia ni un punto en el horizonte), pero de vez en cuando hago alguna reflexión sobre ella.
Lo hacía hace bien poco leyendo los problemas que tienen los vecinos palestinos e israelíes. También cuando escuchaba las proclamas de los ayatolas o de aquellos de más allá que imponen el burka a sus mujeres e hijas o de los otros más al sur que se resignan a su karma. También viendo a Benedicto adoctrinar desde su infalibilidad en dogma de fe extendida a los asuntos mundanos.
Viendo, oyendo y leyendo lo que las religiones tienen que ofrecerme, más ateo me siento. Y es que yo, cuando conozco a alguien no le pregunto por su fe o si come cerdo o si está circuncidado o si venera a las vacas o si está bautizado. No me interesa ni una pizca.
Sólo me preocupa si es feliz, si desprende buena energía, si se alegra de los éxitos ajenos, si hace el bien a los demás, si ve cada cosa como una aventura y una ilusión, si no juega sucio para conseguir lo que busca, si usa la cabeza para ser más sabio, si está concienciado con el medio ambiente, si se siente libre, curioso y comunicativo, si piensa que otro mundo es posible, si hace reír y todas esas pequeñas cosas sin apenas importancia. Ya saben.
Si es así, todo lo demás me trae sin cuidado, especialmente la fe que profese. Porque, si no nos ha separado el hombre, no permitiré que lo hagan los dioses.

2 comentarios:

Laura dijo...

Amén a eso hermano!!

Ana García dijo...

Todo eso que te preocupa cuando vez a una persona que te importa es,probablemente el origen de la mayoría de las religiones.Buscando la felicidad de un colectivo y sobre todo la explicación de lo inexplicable (lo que no conocemos nos da miedo e infelicidad) nacieron las religiones,aunque luego hayan deriado en algo que en muchos caso ha traido la infelicidad a la humanidad.