
Hace unos días, la zona en la que vivo se despertó a oscuras. No es que fuera de noche todavía a las siete de la mañana sino que, por causas que solo saben explicar los ingenieros, no había luz eléctrica.
Lejos de hundirme en la miseria o acordarme de la madre del que instaló la estación transformadora de la compañía eléctrica, pensé en que aquel pequeño imprevisto podía traer algunos beneficios. Tras intentar darle un revolcón a la parienta con la escusa de la falta de luz, caí en la cuenta de que lo más conveniente en ese momento era buscar velas y mechero.
Ya con algo de luz me recreé en mi barba del día anterior que tendría excusa para llevar al trabajo (mi afeitadora es eléctrica) y como no pude perder tiempo con el ordenador o ponerme a hacer el tonto (habitual para perder el tiempo) me hice un sandwich, me tomé un yogurt y a la calle.
El día empezó bien: puntual, desayunado y sin afeitar. ¿Qué más podía haber pedido? Ah, sí claro, el revolcón.
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