sábado, 15 de noviembre de 2008

En la penitencia está el beneficio


Una amiga me confiesa que tiene mala leche. Puestos a desahogarnos, le confieso que ya me había dado cuenta. Aunque para animarla, le digo que eso se puede cambiar.
Le cuento lo que leí en Nuestra incierta vida normal de Luis Rojas Marcos en la que se expone que somos la mezcla de unos genes, un entorno en el que crecimos y una forma de ser que creamos nosotros mismos.
Ni corta ni perezosa, me lo niega: "No hay nada que hacer, si uno es así pues ya está y además así los demás no se me acercan mucho".
No mucho después me encuentro con otra persona cortada con la misma tijera (más bien con la misma guadaña de podar) que me reconoce que cuando está estresado, no deja títere con cabeza (como él, que la perdió un día de viento y no la ha vuelto a encontrar). A pesar de todo, como soy inasequible al desaliento, le cuento el mismo buen rollito con idéntico resultado: "No vale la pena, yo soy así y me viene bien para que me respeten más".
Yo, con tanta confesión, me estaba entrando cara de cura. Aunque al final caigo en la cuenta que quien no cambia a mejor es porque verdaderamente no quiere. Seguramente porque ser un cretino le da gustirrinín.

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